CARLOS SANTIAGO AMÉZQUITA/ COLOMBIA/ LA CASA QUE SOY
El llamado
Fui un ave de vuelo
corto y tímido
acostumbrado a la
firmeza del hogar,
hasta que oí tu canto
lejano y me alcé
en un último vuelo más allá del horizonte
una caricia
de amanecer.
Me elevé entonces más
alto,
donde no hay tierra ni
mar ni calma.
Sentí miedo de escuchar
con tal claridad
tu voz,
estruendo de
nubes y lluvia
brisa helada,
cielos oscuros.
Lejos ya de cualquier
paz,
volé hasta el
cansancio,
hasta perder la esperanza
y rendido
quise dejarme caer.
Pero no hay fondo ni
altura,
no hay abismo,
no hay caída.
Estoy suspendido
en ti.
Vestigio
Acerca de la raíz de la
existencia
tenemos algunas pistas
nada más.
Principalmente, el
regocijo que despierta
en tu cuerpo la
tibieza;
ya sea en el beso del
sol
o en la cercanía de
otra sangre.
Todas las experiencias
que son acunamiento
traen consigo el rastro
del origen. Y nuestra
piel
intuye que no somos
huérfanos.
Capadocia
Sobre áridas colinas
hay columnas de roca.
Desde el valle,
sus siluetas
parecen peregrinos
que visten túnicas.
Cuerpos inmortales
encontraron su hogar
en la mordedura del
viento,
reclamados por la luz.
Si pudiera orar como
las rocas,
por fin me detendría,
me elevaría como un
altar.
Pero mi cuerpo,
polen de sol,
peregrina
hacia el subsuelo.
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