JUAN MARTINS/ SUELE VESTIR DE SOMBRA/ LA CASA QUE SOY

 


Por: MIGUEL MARCOTRIGIANO

El paisaje de la poesía venezolana siempre me hace recordar las palabras de Balbino Paiba, al final del capítulo «La Doma», de Doña Bárbara, la obra cumbre de Rómulo Gallegos: «La sabana parece muy llanita, vista así por encima del pajonal; pero tiene sus saltanejas y sus desnucaderos». Quiero decir con esto, que nuestra poesía no deja de sorprendernos. Cuando creemos que lo hemos visto todo, hace su aparición algún libro —prefiero hablar de libros y no de poetas, porque desde comienzos de la modernidad es el libro y no su autor quien protagoniza la historia— quien nos recuerda que no todo está dicho, que no es esta una historia en la que de cuando en cuando se repiten ciertos esquemas, reaparecen episodios, como algunos gustan describir. Justamente lo hermoso de este panorama son sus recovecos, sus irregularidades, sus esquinas, donde se ocultan y te sorprenden los inesperados. A este grupo pertenece el poeta Juan Martins. Y dentro de su propio microcosmos, su nuevo libro: Suele vestir de sombra. El título mismo ya nos habla de luces y penumbras, de matices que, aunque suene a lugar común, revisten las particularidades propias una voz bien diferenciada de la placa poética a la que pertenece. Sus raíces luso venezolanas, la influencia de su teatro, el debatirse entre lo racional y lo intuitivo en sus poemas, hacen de su trabajo una voz honesta y propia como pocas en nuestra lírica. Celebro la iniciativa de los editores de sacar a la luz (electrónica y natural) este necesario libro de Juan Martins.


*

VERTER EL SONIDO de lo escrutado

en la mudez de un labio proferido

como si el agua se hundiera en las sienes del olvido, de un vocablo húmedo para vencer la lejanía de tu propia voz, sobre la ajena vanidad del hombre

por ser arquetipo de las consonantes

y las vocales de un jardín sediento

hacia el vacío de lo nombrado.

¿Cuál arcano temeroso se podrá ver por detrás de mi casa?, el polvo del redil,

la sombra de sus pasos o el candil de las rendijas,

donde ha terminado lo sagrado de la escritura. Tu voz no es la sensualidad del cuerpo, sino aquel libro hecho al oído blando del amor. Disipar el sonido de lo hermético

la seguridad de mi doctrina,

la doctrina de la cábala

de quien la anuncia

sobre el atributo de Dios.

No entrará su ortodoxia,

sino la libertad del deseo,

aquel que te libera por el goce de la palabra.


*

ESTE RELATO de la sombra que se niega en la boca de los árboles, donde nace la comisura por el cierre de tus rejas dilatadas. Al día

le espera la claridad de ese muro

que nadie conoce, pero abre

entre sus sienes

el abrazo de sus consonantes.

La noche será menos eterna

por la duda de sus cimientos,

no habrá memoria sin el saludo

del desprecio,

sobre tu idioma de hierro

que no se nombra en el olvido

ni en la piel.


***



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