POR: JOSÉ PULIDO/VENEZUELA/DONDE NO CUENTA EL TIEMPO/ CARMEN CRISTINA WOLF/VENEZUELA/LA CASA QUE SOY
Editorial J.Bernavil/ Maracaibo - Venezuela.
Charles Baudelaire vivió un infierno cuando publicó su poemario "Las flores del mal", y sufrió un poco más después de escribir "Un comedor de opio", el libro que habla con mucha nobleza y pasión sobre uno de los autores que más admiraba: Thomas de Quincey, quien vivió una mala temporada afectado por las drogas y por la incomprensión pública.
Baudelaire escribió con el deseo de ver valorada la obra de Thomas De Quincey en toda su extensión poética, intelectual y ensayística. Y una de las interrogantes que planteó en esa tarea fue la siguiente: “¿Lo Bello no es acaso tan noble como lo Verdadero?”
Entre otros libros, Thomas De Quincey escribió "Del asesinato", considerado como una de las bellas artes. Y de acuerdo a lo que tantos investigadores literarios han señalado, no solo influyó en Baudelaire: también marcó a Virginia Woolf, Lewis Carroll, Charles Dickens, Chesterton, D.H. Lawrence, Proust, Edgar Allan Poe y Jorge Luis Borges. Probablemente, quienes más lo mencionaron en su escritura fueron Baudelaire y Borges. Comienzo de esta manera lo que quiero expresar sobre el recién publicado libro. Donde no cuenta el tiempo de la poeta Carmen Cristina Wolf, porque precisamente ella destaca en el prefacio lo que opina Baudelaire sobre De Quincey, quien daba la vida por estar encerrado cálidamente y poder leer y escribir en protectora soledad, durante los aciagos días en que su adicción al opio lo mantuvo al borde de la muerte.
En relación con ese drama, Baudelaire escribió que afuera el invierno hacía estragos y adentro estaba De Quincey en su encierro pertinaz pero buscando la obra, la hechura del arte escrito:
“Una bonita habitación, ¿no hace el invierno más poético? y el invierno, ¿no aumenta
la poesía de la habitación?”
Carmen Cristina trae a colación el tema, para comentar luego con toda propiedad:
“Las fuerzas del cielo se desatan y somos como las ramas indefensas de un gran árbol. Ah, pero la casa nos protege, nos guarda, la habitación nos arropa y abraza para que nada malo nos pase. Adquiere la entidad de un ser amable y protector”.
Lo hace para recordar la casa de su abuelo donde la literatura transformó su infancia y su existencia. Aquella casa que era un refugio para los sueños, las ideas, la formación de un amor por la lectura y la escritura.
Y creo que todo esto ha sido una bella manera de dar inicio a un poemario que Carmen Cristina ha titulado Donde no cuenta el tiempo y en cuyas páginas van fluyendo poemas que contienen la sabiduría y la emoción que la poeta obtuvo desde la niñez, hasta convertirse en lectora y escritora. Sus alusiones a Baudelaire y De Quincey son el reflejo de las vivencias culturales y espirituales que los libros han dejado en ella. También menciona a Rilke, Emily Dickinson y Armando Rojas Guardia. Es como una puerta bien alumbrada que ella abre para que sea visitado el jardín que en definitiva resulta ser su libro. Allí se encuentran poemas que son motivos de emoción, de placer, que funcionan como espejos poderosos para las preguntas del
lector. Como ejemplo, he aquí uno de sus poemas:
HE VISTO TANTO
A Jaroslav Seifert
Me enamoro de las palabras
por eso olvido los hechos
cuánto quisiera decir
y aunque estoy atenta
enmudezco de pronto…
Leo tu canción de amor
y me enseña que oyes
lo que es silencio para los otros…
miras los pies descalzos
pisan la hierba y tú ves
lo que los otros no atisban
ciegos de tanta mente inútil
Ves amor
donde otros no sienten más que indiferencia
EL RECORRIDO
Carmen Cristina recorre de nuevo con ojos de infancia los lugares que nunca
desaparecen porque se alojaron en su memoria y los menciona usando la imágenes
frescas, transparentes y completamente sinceras de la niñez: esa búsqueda de la
magia, eso que solo ocurre la primera vez que se revela.
Luego va surgiendo la juventud con sus poderes, sus modos de mirar cómo los tifones
leves que se lanzan a conocer la textura y los olores que la naturaleza surte para
complementar transiciones. Y los ojos van madurando y las palabras también
comienzan a tener alas, misiones de mujer, de amiga, de compañera.
Los lugares que ha visto y conocido comienzan a transformarse en patrimonio personal, en riqueza de recuerdos íntimos, solo compartidos en el momento en que se materializan en poemas y el libro abre sus alas para transportarlos.
Su voz alcanza un nivel muy alto con el poema "Silencio y hoja en blanco" que inicia el libro y posteriormente surge en una magnífica variación. Después ensayará el haikú y conseguirá un cierre precioso que hace girar el planeta de sus sensaciones y retorna al
principio de la dulce y antigua idea:
¡Descubrimiento!
Todavía quedan libros
es mi consuelo
José Pulido/ Génova, 2023.
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