ESTHELA CALDERÓN/ ROSTROS DE LA POESÍA NICARAGÜENSE/ LA CASA QUE SOY
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DECÍA MI ABUELA
Las verdades se leen en la frente,
y las mentiras en un palo de Caimito.
Debajo de ellos, hay un mundo anaranjado
con su Luna café.
El Sol arde por encima con rayos verdes,
y le cuelgan estrellas con senos morados
repletos de leche.
Los pájaros que ahí viven
son orgullosos de la belleza inexacta de su casa.
De rama en rama, van poniendo serenatas.
¡Árbol tan engañoso!
Con dedos de brillante sombra,
nos llamaba a todos los chavalos
para que cruzáramos sin permiso aquel cerco
y bebiéramos su leche.
Nuestra boca, entonces,
se volvía morada como sus senos.
Ya no podíamos mentir,
aunque nos tapáramos la frente.
(Del Soplo de Corriente Vital 2008)
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DOGMA DE FE
Creo en los amaneceres de los recios bejucos de Yagube
y las refulgentes hojas de Chacruna, cuyo espíritu de selva
ha de purgar el mundo penitente de los Shipibos.
Creo en el nacimiento de las Passifloras y las Magnolias
de las Calas y Alhelíes de inusitadas imágenes y esencias
que nos esclarecen la imperfección de la raza humana.
Creo en el ilimitado pensamiento de la floresta
y en la compasión incalculable de los animales
que aportan el orden sensato que precisa el universo.
Confío en el escarmiento brutal a nuestra especie
por la inmerecida evolución que recibimos.
En algún lugar, alguien de nuevo
debe inventar otra fórmula.
(De Coyol quebrado, 2012)
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SIN RECUERDO
Estaba sentado un tintero
frente a una hoja en blanco.
Hablaba con ella por largas horas
para que le permitiera pintar unos trazos
no excesivos de vacíos y llantos.
¿Para qué pedir permiso?
¿Qué se podría escribir en una página
que ignora el perfume del árbol que fue?
(preguntó abruptamente la hoja)
La palabra montaña, sería perfecta.
(respondió la negra voz del tintero)
La palabra montaña con su vacío de bosques
y los llantos de los pájaros.
(de Antología Los huesos de mi abuelo 2018)
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LEYENDA URBANA
Dicen que no hace mucho tiempo
un país pequeño arrancó la frontera
y huyó de su bandera, de su moneda y de su himno.
Lo siguieron los Guardabarrancos y los Sacuanjoches,
los Gatos ruidosos que vivían en los techos,
los Perros sin dueños que merodeaban en los mercados
y los Caballos famélicos apaleados por sus dueños.
Metió en su maleta al río con sus Tortugas,
Mojarras y Caracoles que no querían quedarse.
Subió sobre su cabeza
un saco lleno de leales semillas y granos.
Se fue.
Cuando los habitantes se dieron cuenta del abandono
ya era demasiado tarde.
Nadie sabía nada de nada.
Entonces, metieron nuevamente
sus alargados cuellos de caucho
en los opulentos huecos de mierda y basura
que les pertenecían.
(De Leyenda urbana, 2019)
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