POR: ODALYS INTERIAN/CUBA/ENTRE MUNDOS SIN NOMBRES/ALEIDA LLIRALDI/CUBA/LA CASA QUE SOY

 


Aleida vive la poesía como algo inevitable. En su nuevo libro:

Entre mundos sin nombres, revela un cauce profundo de sentimientos cálidos, versa con la misma simplicidad y emoción sobre el paso del tiempo, las nostalgias que permanecen, los cambios angustiantes que la llenan de temor.

El tiempo siempre, indetenible, insoslayable, irreverente. La poeta solo cuenta con el pasado, y con esos mundos cotidianos que ella misma edifica, día a día, frente al desconcierto y la ausencia, frente a la muerte y la desesperanza. Apreciamos esa capacidad de sugerencia que adquieren las palabras "comunes", el lenguaje introspectivo de la poesía que ahonda en el ser. Descubrimos cierta familiaridad con sus circunstancias, gracias a la naturalidad con que describe y alude a los hechos que la rodean. Aleida, nos deja entrever su mundo inmediato, se nos presenta, como si participáramos de una conversación íntima, improvisada: soy el poema, no lo comprendes. /Desde la distancia soy el poema. Soy el poema sin sonido alguno. /Solo el silencio apaga cada latido y sus estrofas declinan en rimas intocables... Como si la poesía estuviese devolviendo una imagen de ella, y la volviera inteligible, como si nos dijera, soy lo que lees, o como para dejar establecida una verdad innegable: Vida y poesía se corresponden, son una misma cosa. Poesía sincera, sin artificios, un diálogo que va impregnado de lucidez y una serenidad extrema, donde no faltará la certidumbre de la muerte, el pálpito de la herida, y donde se entremezclan dolor, ternura, inconformismo, determinadas realidades que quieren mostrarnos su instante de eternidad.


En lo puramente estético, la lírica de Liraldi se caracteriza por lo directo, por su claridad, es fácil apropiarse de ella y apreciarla, no la atraen la poesía altisonante, grandilocuente, cargada de metáforas ni experimentos vanguardistas (de carácter formal o estilístico). Su poesía pone especial atención al ritmo, y es de resaltar la elocuencia de la simplicidad y un afán descriptivista, que encontramos en poetas como Idea Vilariño. También, como en la poeta uruguaya, se perfila en toda su obra un sentido de urgencia, un amargo pesimismo, el sentimiento de pérdida, y la soledad que es otra forma de la muerte. La poesía sirve para crear otra memoria, aunque no se libere del dolor, pero siempre nos regresa a nosotros mismos.


Aleida lo sabe, por eso escribe, sabe que la escritura es lo mejor que tenemos contra la indefensión y el olvido.

Soy anoréxica en la poesía, las palabras me bailan, se pegan a mis huesos.

Escribo con hambre y luego vomito ese infinito como si masticara mi propia soledad.

Avanzan los versos como Líneas paralelas sobre una misma ruta. Versos que poseen la fuerza de lo vivido. Ella, una mujer absurda, que /en continua vigilia, demoniza quimeras. Sola frente al silencio, frente al vacío que la aterra tanto como la soledad, y frente a la vida real. Escribe, como si decir bastara, como si el amor y la memoria bastaran:

El mundo no es ahora lo que será después, estoy lúcida, y me aterra, una mirada palpa todas las sinrazones de alegrías borradas, de esperanzas inútiles, ausencias sin retorno.


Estoy despierta, despierta, en larga pesadilla.

La escritura de Llirialdi no tiene pretensiones filosóficas, la poeta busca reedificar lo real desde su experiencia incontaminada, desnuda de toda erudición. En este libro, el mundo de la imaginación adquiere preeminencia dentro del ambiente cotidiano, el apego carnal a lo inmediato, el suceder, los sitios, la costumbre, la vida familiar, los recuerdos, los signos de esa convivencia, que van conformando una obra de inusitada coherencia. La realidad con toda su carga provocativa, y su nada profundísima, el yo integrándose: Yo quiero ser verano y morirme de sol, el yo que quiere alcanzar las claridades eternas, y el lugar de todas las revelaciones. Se crea un universo sustentado en vivencias de la más absoluta intimidad, que recoge el testimonio de esa cruenta batalla entre la conciencia y la posibilidad, entre el presente incierto y la esperanza. Quiero abrir esa puerta /donde bailan fantasmas, nos dice y esa puerta es la de la poesía, o la de la imaginación, o el lugar donde las dos forman un todo armónico. Ella, entre mundos sin nombres, que son también los mundos de la imaginación, mundos fluidos e inclusivos, que jamás se juntan, que no se atreve a nombrar.

La poesía no siempre busca la verdad en la belleza. El vacio está por todas partes, la indiferencia y el desamor, la poesía no escapa a tanta decadencia, en ocasiones es imagen y proyección de ese universo de caos y de inestabilidad. Aleida, en conformidad, nos presenta un mundo nada acorde con su deseo de trascendencia. Ni siquiera Artaud presintió el absurdo / como lo hice y... - nos dice-, hoy mi vida es mutismo, es ausencia de tonos, la música de entonces ha quedado desnuda. El verdor del paisaje en donde ahora vivo no /me regala vientos sino extrañas fisuras por /las que se perfilan un sinfin de rumores, esas /pausas distantes de muertos sin sepulcros. Muertos que van tironeando a la poesía en su habitual destino. Aleida piensa en la vida, y piensa con igual intensidad en la muerte. Su poesía está marcada por un nihilismo que no puede disimular, piensa en los muertos próximos que han perdido sus voces huyendo del silencio, en Los muertos amados: en Virginia, Alejandra, Ernest, Vincent, Alfonsina, Salgari, Quiroga, Sylvia, Violeta, Zweig, Celan, Arenas, Rosales y otros miles de ausentes, cadáveres fecundos de quien no conocemos el minuto que antecede al momento subliminal... Un pájaro se suicida en mi propia garganta... nos dice, y es escritura de la angustia, escritura de la imposibilidad: me sentí domesticada. Pensé en Virginia y quise llenar / de piedras mis bolsillos o encender /el horno como Sylvia para acomodar/mi cabeza en él... pero que nadie se engañe, la poesía siempre sera una protesta contra la muerte, al menos Aleida debe entenderlo así, en el libro la vemos pasar de la resignación a la rebeldía, del conformismo a la total certeza. En el poema "Culto de imaginar", que dedica a Idea Vilariño ruega: No mueras con la muerte... No mueras con la muerte, no le /permitas nunca saber todo de ti... y en otro poema, homenaje a Lilliam Moro, dice en sus versos finales: Las poetas eternas permanecen insomnes... porque atrapan el tiempo, /ese enemigo humano cuya magia aniquilan. Las poetas poetas se quedan para siempre, dueñas de un sortilegio. Ellas mueren de vida. Y le creemos, la poesía tiene ese poder, escuchamos el viejo candor de su verdad y esas vigilias redentoras que nos acercan a ese universo de los sueños con su irrealidad verdadera. Porque Aleida es, (como diría el poeta Roque Dalton) de los que luchan por la vida, el amor, las cosas, el paisaje y el pan, la poesía de todos. Y aunque este libro logre expresar lo terrible del drama humano, y aunque se convierta en testimonio del sufrimiento, podemos encontrar en sus páginas siempre una exhortación a la esperanza, como en este fragmento del poema que finaliza este acercamiento:

Cuando parece que el mundo va a morir /cuando parece que lo han encarcelado / cuando se hunde en barrotes de silencio /y derrumba hasta el amanecer. /Cuando escuchamos apagarse los cantos y un tímpano de fuego perfila las palabras, / desnuda los cartílagos, y oscurece el amor.

/Cuando pensamos que Dios se fue a otra parte, despiertan las campanas, reverdece el perdón que necesitamos...

Con la lectura de este libro estamos convidados a una extraña fiesta, esa es la virtud de la poesía, porque la felicidad que pone en nuestros corazones es real, es un fuego que arde, una llama que no puede extinguirse. Estoy segura, que el lector agradecerá a la Editorial Dos Islas, el encuentro con esta poeta que enriquece sin lugar a duda, a esa mixtura de voces que conforman la poesía femenina cubana de estos tiempos.

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