NOVELA/ELEGANCIA/KEPA MURUA/ESPAÑA/RESEÑA/LA CASA QUE SOY
Los capítulos que la conforman son el interior de la costura, los detalles sutiles del armazón y del pensamiento que salen a la luz gracias a la pluma del escritor, como una suerte de analogía con la aguja y el hilo. Las partes de la historia son como las partes de ese vestido, lleno de formas que, en este caso, son las voces mismas de los personajes que también existieron y que en vida acompañaron a Balenciaga; a veces quien habla es él mismo, o la madre, pero todavía así, los pensamientos y conversaciones que se sostienen en el texto guardan muy bien lo más profundo de la vida del Maestro, de su intimidad, casi como si fuera él mismo quien escogiera las palabras con las que quiere ser nombrado, pues no es desconocida la discreción con la que manejó su vida más íntima, la misma discreción que mantuvieron sus más allegados y familiares.
El poeta y escritor escoge muy bien el material con el que cuenta esta historia: palabras delicadas, musicales, el paisaje de las costas vascas y sobrias descripciones de las ciudades en las que fundó sus talleres, son las que mejor pueden hablar de un hombre de tal magnitud.
Dice Balenciaga en la novela: “necesito cortar y coser como otros necesitan respirar, como otros necesitan cantar o pintar o escribir.”. Lo ha dicho el personaje y también Kepa Murua.
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BALENCIAGA, EL ARTISTA DE LA MODA
A raíz de la publicación de Elegancia, una novela que tiene como protagonista a Cristóbal Balenciaga, se me ha interrogado sobre mi interés por la moda, así como por otros asuntos importantes de su biografía y que responden a cuestiones relacionadas con el trabajo del modisto, como pueden ser la relación con las clientas o el mobiliario de las tiendas que fundó en San Sebastián, Madrid o París, por citar algunos ejemplos.
Durante tiempo revisé sus catálogos y dibujos a conciencia y analicé su vida, pero una vez que me puse a escribir sobre él, traté de olvidar los hechos que se mencionaban para adentrarme en una novela que pudiera mostrar el pensamiento de un hombre que llegó a transformar el mundo de la moda y cambió la manera de vestir de las mujeres.
En una de las entrevistas digo: “Cristóbal Balenciaga es uno de los grandes artistas del siglo XX y los libros que hay sobre él, aunque interesantes, no van más allá de la biografía con fechas y detalles de su vida en la que no profundizan en una mirada que a mí sí me interesa como escritor: esa que indaga en su oficio y reflexiona sobre su manera de ver la vida”. Ante la pregunta de ¿qué es lo que más te llamó la atención de su figura?, la respuesta es firme: “la confianza de Balenciaga en el arte que permanece en el tiempo frente a la fragilidad de la moda, me hizo pensar en la solidez de su carácter y en las convicciones que tenía como modisto, pero lo que más me llamó la atención fue su discreción o esa reserva, podría decirse típicamente vasca, que combinó con la osadía para presentar su trabajo al mundo con acierto”.
Cristóbal Balenciaga nació en Getaria, un pueblo de la costa vasca, bañado por el mar Cantábrico, situado a unos kilómetros de Zarautz, donde yo nací. De joven oí hablar de él; yo soy un buen escuchador y mi mente guardó esas historias hasta convencerme de que detrás de lo que se decía había algo más que moda. La labor de lectura sobre el modisto y los viajes al museo Balenciaga se intercalaron durante años con apuntes sobre el oficio de coser o de vestir y fueron el germen de esta novela titulada Elegancia.
Para escribirla volvía a Getaria, visitaba el museo, analizaba sus vestidos, paseaba por las calles del pueblo, me sentaba cerca del mar e, incluso, fui a visitar su tumba al cementerio. Es tal como lo pensaba: discreta, sin adornos. Cuando todo estaba dentro de mí, más o menos organizado, no tuve más elección que olvidarme de lo que se había dicho sobre el modisto para que fuera Balenciaga quien hablara y para que los que le rodeaban mostraran sus pensamientos sobre el maestro.
Fue un modisto que triunfó con sus colecciones y que elevó la moda a la categoría de arte; sin embargo, en un plano más íntimo o personal, no le gustaba hablar en público y no concedía entrevistas; era reconocido por su ropa. Sus manos cosían el vestido dibujado previamente en la cabeza, conocía el oficio de tejer y cortar como pocos y finalmente, por eso mismo, dejaba que su obra hablara por él. Yo he querido mostrar su vida a través de su arte. Es la libertad que concede la narración, la autonomía que tiene la ficción, pero el tono del protagonista es calmado, su voz es reflexiva, pues en la vida real no necesitaba llamar la atención para explicarse ni tampoco gritar para que le hicieran caso.
De Getaria también es Juan Sebastián Elcano, el primer navegante que dio la vuelta al mundo. Si pueden visitar el pueblo, en un paisaje que funde el monte con el mar, se puede admirar a unos metros del museo Balenciaga, el monumento que Victorio Macho realizó para conmemorar la gesta del marino. Las calles son estrechas, las casas están juntas y el puerto se adentra en el agua. Desde el mar, el navegante ve la iglesia. A un lado, un detalle no puede pasar desapercibido: una montañita a la que popularmente se le llama, “el ratón de Getaria”, cantado con sencillez por Gabriel Celaya en sus poemas, sostiene un faro que alumbra a los marineros el camino de regreso, después de las jornadas de pesca en medio de la lluvia o la tormenta.
En el puerto las cosas han cambiado; ya son años desde que Balenciaga nos dejó, pero en mi imaginación todo comienza con unas tejedoras que arreglan las redes de los marineros que salen a pescar en sus barcos, pues esas redes que surcan los mares son las que cosen las biografías de los navegantes en tierra; la misma que remendaban Cristóbal Balenciaga y su madre, quizá la figura más tierna de la novela, pues no solo le enseñó a coser, sino que, después de incansables jornadas de trabajo con aguja e hilo durante el día o una máquina de coser que se movía con pedales por la noche, lo instruyó para convertirse en el modisto que vistió con libertad a cualquier mujer que quisiera sentirse bella.
Elegancia habla de un modisto delicado y de un hombre adelantado a su tiempo, emboscado en un silencio sostenido, en una reserva que podría confundirse con la timidez que presenta aquel que no habla bien una nueva lengua y debe traducir sus pensamientos en nuevas ciudades; un costurero con una inteligencia audaz que se apoya en una mirada minuciosa, detenida tras la cortina que divide el atelier de su casa, y desde donde puede observar lo que pasa en la historia para atender a sus clientas y poder vivir, mientras tanto, de su arte.
Todo nace de un padre y de una madre, del lugar donde se vive de niño. En el caso de Balenciaga, de un pueblo con mar, de un marino que falleció cuando él era un muchacho y de una costurera que le enseñó el oficio de coser mientras le orientaba en el oficio más difícil: el de la vida, donde irrumpen otros nombres, como los de los amigos que confiaron en su arte o el de su gran amor que le abrió las puertas al mundo más refinado y que también falleció, en un tiempo cercano al de la desaparición de la madre.
En mis investigaciones para escribir el libro, me llamó la atención cómo el modisto cambiaba los colores de sus vestidos cuando celebraba la vida y cómo respondía a la nostalgia que lo embargaba con tonos que proyectaban sombras distintas, mientras enseñaba a sus colaboradores a tratar con mimo la tela y a las modelos a desfilar con soltura y firmeza, con la cabeza alta y la espalda erguida. Esas personas me mostraron la admiración que le profesaban las personas que trabajaron con él.
No es necesario copiar los halagos recibidos en diferentes épocas por el modisto ni creo que sea necesario mencionar los logros obtenidos por las colecciones de Cristóbal Balenciaga para pensar en su singularidad, tanto en el mundo de la moda como en el del arte. En un silencio impuesto para trabajar a conciencia, roto solo por el uso de los utensilios de coser, Balenciaga se muestra ante los demás con la humildad que proyectan los que saben lo que hacen y creen que el arte perdura.
Sus vestidos están vinculados entre sí por un hilo que enhebra cortes irreconocibles y las pocas frases que salieron de sus labios, con las que insistía en el valor de las telas o reivindicaba el oficio de modisto, son recordadas por sus seguidores y admiradores. Yo solo doy voz a lo que Cristóbal Balenciaga pensó y no dijo ante la gente: “pasé de ser un aprendiz a convertirme en un sastre con posibilidades. Conocí el valor de los tejidos de calidad y superé la timidez del trato con la clientela. Dibujar los vestidos, pintarlos, vestirlos, todo era parte del oficio; tardé en saber que una manga era perfecta si parecía pintada. Tampoco sabía que un vestidor era como un pintor o que un sastre podría convertirse en un artista, en un pintor o en un escultor, por ejemplo, porque un vestido vale lo que un cuadro o una escultura a la que la luz envuelve desde diferentes ángulos.”
Esos ángulos que recorren el cuerpo son los límites que bordean el mundo de Balenciaga que, como Elcano, fue un navegante visionario, acompañado de unos pocos fieles que creyeron en él desde que abriera la primera tienda en San Sebastián y pese a los avatares de los tiempos, como pueden ser la IIª Guerra Mundial que asoló París, donde el costurero se había asentado tras abandonar España debido a la Guerra Civil que unos años antes trastocó de golpe su vida de modisto reconocido.
Nadie como un ser silencioso y delicado para dirigir con destreza y sabiduría un barco de esa envergadura como es la casa Balenciaga que perdura aún hoy, mientras insiste en influir en el mundo de la moda, tal como lo hacía con cada colección el maestro. Algún periodista me ha preguntado por qué en la cima de su trabajo, en pleno éxito, el modisto se retiró, cerró sus tiendas y se apartó. Puede que nadie lo sepa, pero podría ser que ese misterio tuviera una respuesta: Cristóbal Balenciaga sabía que debía volver a ese mar desde donde empezó su viaje para dar la vuelta al mundo en un barco que llevaba unas redes y una vela cosidas por sus manos, tal como lo hacía su padre con las que tejía su madre. Desde el mar todo se ve de otra manera: la iglesia de Getaria tiene un color diferente para cada momento.
Kepa Murua
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