ROSTROS DE LA POESÍA VENEZOLANA/ NÉSTOR MENDOZA/LA CASA QUE SOY

 


1.-

PRISIONERO


Hay sólidos remaches y grilletes que me atan

a la cárcel de intemperie; candados que saltan

en todo mi organismo, cerrojos que rebotan

y nadie los detiene. ¿Los zamuros me rondan?


Estos pesados hierros de origen superior,

sujetos a mis pies que conocen del horror

y de las injusticias de aquel Dios sin valor,

¿Cuándo, Hermes, dejarán de socavarme el honor?


Arrojé fuego divino a los hombres de un día

y en sus cabezas emanó luz, sol y armonía.

No merezco los clavos ni la vil tiranía,

solo espero paciente la libertad tardía.


Olvidé posesiones: dejé atrás mi linaje,

mi escudo y mi blasón. La humildad del equipaje

es síntoma de entrega y no de ausencia o ultraje.

No le temo a la lluvia: ya se aclara el paisaje.


Aquel gran Dios desdeña a los hambrientos mortales.

Los maltrata y ofende con severos metales,

es un tirano altivo, rabioso y sin modales.

¿Quién será capaz de paralizar sus raudales?


Eres Dios enemigo de seres y criaturas

libres y soberanas; deseas y torturas

y no te importan sus vestidos y sus coronas.

Toda misericordia germina en ti a deshoras.


2.-

G.G


Pierdo en tu cama mi cuerpo de tela;

es un pulso que permite doblar

mis piernas y tus piernas sin piedad.

Tanta soltura, ofrenda y mucho vino


antes de que fluya el alivio blanco

y toda la cama sea tu cuerpo.

Todavía perdura el movimiento

que nos enlaza al orden de la cama,


ese orden tan complejo y amoroso

que aumenta la devoción de mi mano.

Hay distintas maneras de picar


en partes iguales los apetitos,

que sería sencillo digerirte,

así, lentamente, sin sufrimientos.


3.-

SEXTINA


Nuestro único país es esta tabla

rústica para sostener el pecho.

No debemos abandonar el monte

de la niñez, diseminar el centro,

borrarlo o anularlo con los dedos,

fundar un territorio con las uñas.


He mordido suficiente las uñas

en un acto de fe sobre mi tabla.

Quizá para saber que tengo dedos

semejantes a mi padre y su pecho.

No pretendo distanciarme del centro,

de nuestra pequeña región, del monte.


Me cansé de pisar el mismo monte,

amarlo, odiarlo, sobarlo: mis uñas

van más allá del predecible centro.

No sé, a lo mejor buscan otra tabla

que festeje, con nuevo tacto, el pecho.

Por eso ofrezco la arena en mis dedos.


Que se acabe el límite de los dedos

o que muera de lejos este monte.

Así será más placentero el pecho,

siempre dócil al tacto y a las uñas.

Lo descubro: aunque me arrime y mi tabla

sea mansa, siempre ocultas tu centro.


Lo que amo y admiro tiene su centro

en otra república, en otros dedos,

en una isla noble, con una tabla

áspera en la que escribo un nuevo monte: 

es mujer de manos humildes y uñas

que me sostienen firmes en su pecho.


Volvería a la tibieza del pecho

materno (beber su leche del centro

más hermoso); libre, sobrio, sin uñas,

volvería a dividir con los dedos.

Derrotado no partiré del monte:

Mi herencia, mi país, será esta tabla.



4.-


Quien robe la tabla verá mi pecho,

y nacerá un monte más verde, centro

de mi amor; tendrá dedos y otras uñas.

FE DE VIDA

a Víctor Manuel Pinto

I

Egeo

Más allá de mis pies en el acantilado, en algún momento, quizás ahora mismo o dentro de dos meses, debería aparecer la vela blanca que anuncie el desembarco. 

Soy viejo y mi única victoria será su retorno. 

Voy cada noche al precipicio, dejo mis sandalias a un lado, lo suficientemente cerca para no extraviarlas, para no perder mis pasos en la oscuridad: no hay distinción entre mi espalda encorvada y la inmensidad marina. 

No olvides, Teseo, el significado de las telas: el negro aniquilará mis esperanzas y el blanco ondeante será tu fe de vida. 


II

Teseo

Recorrí los pasillos repetidos. Con una mano sostuve el hilo, y con la otra, los muros, antes de llegar a la espalda del Minotauro.  

Por fin verás el orgullo en las manchas de mis manos. En los viajes y en los enemigos caídos. En las mujeres deseadas y olvidadas en indeterminados puertos. 

Cumplí un itinerario para saldar una deuda. Ahora ya lo ves, padre, al fin soy un hombre: he amado y asesinado. Varias semanas de navegación me separan de tu abrazo. 

El cielo, después de la huida del sol, tiene el mismo color que estas aguas, una gran mancha oscura que no se termina. Pero es perfecta en su uniformidad, no permite diferenciaciones.

¿Qué habrá detrás de cada capa negra, de su interminable monotonía de olas y pensamientos ambiguos en las cabezas de los tripulantes?


5.-

DIÁLOGO DE CÉRESE Y PRIMIÓN 


Cérese — El derrumbe se ha vuelto hábito. Ceden las estructuras que antes nos podían sostener. Se tambalean las columnas, se ensucian las imágenes. Ahora solo existen montículos de yeso ¿Qué cosa nuestra quedará para el disfrute de los ojos venideros?

Primión —La huida. 

Cérese —La suciedad, repartida en todas las calles, en todas las innumerables fachadas, se mantiene. Es lo mismo subir que bajar: el cansancio permanece. La piedra no es menos pesada en el descenso. Sigue su curso, rueda. Solo le interesa rodar. De nada sirve esquivarla, la piedra embiste nuestras sombras. 

Primión —De la piedra, haz ladrillos para tu nuevo hogar. 

Cérese —Ya no deseo hogar en este suelo. No vale la pena levantar bloque tras bloque si el peligro viene de arriba, de abajo y de nosotros mismos. El miedo es ciudadano. 

Primión —Vayamos despacio. El ritmo de tus latidos no debe ser mayor que el del anciano. Aprende de su viejo corazón: pulsaciones serenas, leves, interrumpidas por el último latido antes de cerrar los ojos. 

Cérese —Nuestros corazones palpitan como los que van a ser ejecutados. ¿Acaso el que está inclinado, en espera del hacha, puede estar sereno? 

Primión —El que será ejecutado no le teme tanto al hacha o al verdugo que la sostiene ¿No ves su posición? Su postura es la del sueño, sus ojos miran el barro. Le teme a la espera, o mejor, a la expectativa del movimiento muscular que le quitará la vida. Sabe que vendrá el golpe, minutos, segundos después. 

Cérese—Nuestros males se duplican. El homicida que nos persigue permanece en todas las estaciones. 

Primión—Estás en lo cierto y no es mi intención refutarte. Has visto de cerca las dimensiones del pánico. No debemos cambiar muerte por otra muerte. Refúgiate, si puedes, entre uno y otro escombro, que tu cuerpo no se calcine y tampoco estalle si decides lanzarte al abismo. 

Cérese—Usted tiene la vejez y la sabiduría como inquilinas; sus armas ya no penetran cuerpos enemigos, su escudo se jubiló, y su esposa, lamentablemente, le dio el solitario estatus de la viudez.  

Primión—Todo eso que dices no es tragedia sino experiencia. Eres joven, aún no alcanzas la edad del arrepentimiento; la guerra, aunque longeva, nos permite conocer nuestras limitaciones y posibilidades. Y no estoy justificando la sangre derramada por voluntad de los autócratas.  

Cérese — ¿Qué intenta explicarme, Primión? Esta época oscurece las ideas y no las distingo de los desperdicios que, para horror nuestro, comen muchos hermanos.

Primión— Te entiendo. Yo también hago grandes esfuerzos para limpiar el huerto en el cual transitan mis acciones. La maleza crece tanto como la estupidez. 

Cérese — Primión, ¿no ves el temblor en mis manos? Podrían aquietarse con la piel de mi mujer. Ella permanece con sus padres, con los taliones. Yo vine a fundar herencia para ella y mis dos hijos. Mira lo que he logrado: veo la caída de esta ciudad y crecer mi aislamiento. Exportamos muerte.  Los jóvenes mueren o se van.

Primión — Tu mal es el mismo mal que todos llevan en sus sacos, el desayuno que a veces está en nuestras mesas. 

Cérese — La maldad no envejece. Siempre tiene a su alcance un cántaro de juventud que la renueva. Un cuerpo tendido para poseer en las noches, o en los matorrales; jóvenes mujeres, Primión. Y muchos alimentos sanadores.  Tengo todos los argumentos para hacer del odio mi propio dios. 

Primión —No me interesa adorar resentimientos, ni hacer altares o figurillas de bronce con la desgracia. Dejémosle esa tarea a quienes nos someten. 

Cérese — ¿Es, acaso, prueba ejemplar de tu compasión?

Primión —Solo se trata de llaves y de puertas. 

Cérese — Me parece absurdo o, al menos, poco creíble. Los reyes tienen todas las llaves. Y con respecto a las puertas, están selladas con bloques y cerrojos. Todo esto me encorva el ánimo ¿Cuántas abrir? Tus palabras ocultan, Primión. 

Primión —Dos grandes puertas existen. Dos únicas llaves: la del nacimiento y la de la muerte. Fueron hechas en los talleres de los dioses. Si queremos más puertas y más llaves debemos forjarlas. Somos cerrajeros. Cada hombre tiene un número de llaves: las que necesita, las necesarias para hallarse entre hombres. 


***
Néstor Mendoza (Maracay, Venezuela, 1985). Poeta, ensayista y gestor cultural. Licenciado en Educación, en la especialidad de Lengua y Literatura (Universidad de Carabobo). Cursó estudios de posgrado en la Maestría de Literatura Latinoamericana (UPEL). Autor de los poemarios Andamios (2012); Pasajero (2015); Ojiva (2019), este último con ediciones en tres idiomas: alemán (Sprengkopf, 2020), francés (Ogive, 2023) e inglés (Warhead, 2024); y le siguen Dípticos (2020) y Paciencia mineral (2023). En 2022 publicó Alfabeto de humo. Ensayos sobre poesía venezolana. Ha preparado antologías de poesía venezolana (Tiempos grotescos, UNAM, 2015, con Diosce Martínez) y poesía colombiana (Nos siguen pegando abajo, LP5 Editora, 2020, con Gladys Mendía). Forma parte del consejo de redacción de la revista Poesía (poesia.uc.edu.ve) y del equipo editorial de Latin American Literature Today. Actualmente cursa el Diplomado en Filosofía (FACE, UC/CENFISS, 2024). Editor, junto a Geraudí González Olivares, de El Taller Blanco Ediciones. 


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