YENET PÉREZ PRIETO/CUBA/NARRATIVA/LA CASA QUE SOY



1.-

 EL VIAJE


   Me decepcionó papá, que regresaba a casa con varios tragos extras; transformado en otra persona. A mi mamá parecía no importarle. Parecía. Porque no siempre me decía la verdad para protegerme, eso decía, y que a veces podemos perder el control por rabia o por pánico, pero con mis casi once años, no podía comprenderla del todo, igual le obedecía simulando que no me enteraba cuando ellos peleaban.

   Cuando papá peleaba, yo me escondía. Mi hermano Martin lloraba, tumbado en su silla de correas. Haciendo burbujas de moco, y buscándonos con los ojos. Escuchábamos siempre las mismas cosas sobre la gente de la fábrica, siempre quería patearle el trasero a alguien; su patético trasero, aclaraba enseguida como si fuera algo relevante. Mamá, aún cargando con una palangana llena de ropa sucia, o con una olla caliente, comenzaba a interesarse un poco por el asunto, respondiéndo con un sí, pero las patadas ni las broncas ayudan, pueden botarte de la tabaqueria, por hacerte el decente, porque no te atreves a meter la mano; y por eso te provocan, no quieren que nadie sea distinto, que sea una amenaza, ella hablaba sin decidirse a mirarlo. Se ponía a escoger arroz, o a hurgar entre la ropa, buscando sin encontrar. Desde mi escondrijo podía verla meneando la pierna con impaciencia. Buscando cómo escaparse de la cocina. Un escape mental, encontraba a veces: mientras papá gritaba, ella tarareaba una canción en secreto, creando una barrera invisible entre los dos, y la voz de papá, me contó, iba desapareciendo poco a poco, hasta apagarse mágicamente. Era como un viaje, como si la mente, que es poderosa, volara. En ese momento lo que más le importaba era, que él no perdiera el control. Que no le pegara. La gente cuando está ebria quiere ser escuchada, que nadie le diga lo contrario, que no le quiten la razón. Y mamá era experta, me asombraba siempre al verla lidiando con papá.

   Un día, cuando empezaba el verano, yo aproveché que cumplía ya once para pedir una bici; no puedo explicarlo, pero papá hizo por incorporarse, alzar su mano sobre la mesa, y golpearme, en varias ocasiones lo hizo mientras cenábamos, y mamá entusiasmada, hablaba de las clases de cocina que impartían los jueves por la tele, y qué gordo el chef. Quería prepararnos un jugo, conocía de memoria los ingredientes: apio, manzana verde, que sirve para depurar el hígado, explicó, mirando eventualmente a papá, yo sabía por qué mamá lo miraba, agregó luego que también pepino y limón, con aires de satisfacción, lástima que no haya manzana verde para depurarnos el hígado, chilló y se levantó. Con once años era suficiente para saber que mamá lo hizo para vengarse, y yo solté la risa feliz, recordando que ella me había prometido defenderme siempre, de quien sea mientras fuera un niño. De quien fuera, me dijo, acariciándome la cabeza.

   Por entonces mamá y yo empezábamos a entendernos de un extraño modo. Una amiga de mamá que nos visitaba me vendió la bicicleta que había sido de su hijo cuando tenía mi edad. A papá no le gustó el gesto. Sospechaba que la mujer tratamaba algo trayéndonos ese cacharro, que puedes matarte, que no quiero verla en mi casa. Mamá me pidió que la escondiera en mi cuarto. Creo que hice un gesto de fastidio y le respondí que no, pero no encontré el valor para decirle que llevaba días cargándole agua a su 

amiga, que la bicicleta no era regalada como ella les había dicho.

   Era muy probable que papá nunca comprendiera cuánto quería la bicicleta.

   La escondí en mi cuarto.

   Después de aquello pasó como un mes, y terminé de pagarle a la mujer. No sabía si era un buen precio por una bicicleta que estaba destartalada. Días más tardes la saqué del cuarto para mirarla bien en el patio. La llevé hasta el fondo, y me puse a pasarle un paño húmedo. Cansado. Hacía calor, y la voz de papá me llagaba desde la cocina y me aflojaba las articulaciones. Quise adivinar por qué peleaban. ¿Por mí?

   Entré al cuarto por la ventana, casi nunca le pasaba el cerrojo, sólo de noche. Caminaba disimuladamente por el pasillo cuando vi de reojo a papá sacudiéndose las manos. Retrocedí. Me detuve en el umbral de la cocina. Yo no sabía de qué tenía manchadas las manos, yo no sabía por qué mamá me dijo deja eso ahí cuando agarré la tijera de la gaveta con la intención de saltar sobre papá, pero me leyó el pensamiento, y cerré la gaveta, adivinando que sería un terrible error, vete, no te metas, me dijo. Salí caminando hacia atrás, hacia el pasillo con los ojos fijos en los dos, y ella lo miró otra vez para decirle que estuvo intentándolo, pero ya no puede, con una mano en el vientre. Supuse que le había pegado, porque ella seguía doblada hacia delante, respirando con dificultad. Entonces desde donde me encontraba para verlos, porque sabía a mamá en una posición vulnerable, ví a Martin corriendo hacia la puerta. Papá empujó a mamá, y fue a dar contra el fregadero. Martin dando tumbos cruzó el portal. Mamá se apoyó en el borde de la meseta, con una mueca de angustia, buscando los ojos de papá a sabiendas de que podría reaccionar pegándole, sin importarle para nada que yo esté viendo, mientras me debatía entre meterme con papá, o correr por mi hermano.

   Tenía que decidirme.

   Todo ocurrió muy rápido y a un mismo tiempo. 

   A Martin lo cogí cuando saltó a la calle, por donde en ese preciso instante pasaba una rastra cargada de bicicletas nuevas que venderían al día siguiente en un almacén. Puse a mi hermano en su silla, enojado me daba manotazos. Cuando mamá logró erguirse, me puse a llorar. Papá estaba en el patio pateando mi bicicleta.

   Yo seguía en medio del pasillo. Congelado.

   Sólo mi mente viajaba hacia otro mundo donde yo no sería yo.


2.-

EL NIDO 


   Mira el cuadro que pende de una de las paredes de su cuarto. Todo es posible, y la imagen había conseguido sumergirla durante bastante tiempo en un estado al que ella llamó escape, convencida estuvo entonces de que la realidad cambiaba mientras estaba ahí, embriagada por el imprevisto (la secuencia, se dijo) de sensaciones porque todo es posible. No me gustan los adornos, dijo un día, mientras estaba ahí, delante del lienzo, delante de la vendedora. Pagó. Había espacio en las paredes del cuarto y ninguna esperanza, por eso pagó. Por las sensaciones que durante bastante tiempo habían logrado sacarla de su incómoda, complicada realidad (¿su realidad no es la misma de todos?), que no sabe si es dentro de ella y, a la vez, es una realidad que se expande entre sus cosas, por culpa de sus hábitos. No sabe si se trata de la cotidianeidad tan mísera que la/ nos rodea. No sabe. Dice imagen, y no sabe por qué llama imagen a un montón de espigas, o por qué no necesita persuadir a Rubén (en él hay mucha gratitud, es generoso) para que la acepte con esos raros pensamientos que tiene. Imagen y punto. La imagen del trigo. La imagen de una espiga desparramada e inmensa. Eso. Y ahora tiene una nueva sensación, le confesó a Rubén, que ya empieza a despojarme de mi deleite, de lo noble de mi alma; es algo turbio, un contacto turbio: siento como si alguien estuviera mirándome desde las espigas, desde el oro líquido que se teje y desteje y teje transformándolo en un nido. Otro vistazo por el extremo inferior, son dos metros de alto por tres metros de ancho. Puedo saltar y hacerme fotos entre las cariciosas espigas, arremolinadas sobre mis senos, mi boca que obedece, hábil la lengua busca, retoza con el discontinuo trazo que se estira sobre mi piel. Mi piel suda. Un tanto más más más allá de cualquiera de sus ángulos, el dedo que resbala, no puede ser churre. No. Ahí, en la rendija que une la madera de cedro con el lienzo soleado, con tanto oro adentro. En la rendija solo puede existir vacío; pero ese espacio vacío le siembra nuevas dudas. Supone que sí, que hoy tiene nuevas dudas. ¿Desde cuándo la asaltan las dudas estando parada ahí delante de la imagen? ¿Desde cuándo se siente desorientada, temerosa? ¿Cuándo comenzaron sus manos a temblar, incapaces de coincidir con el hilo admirable de la esperanza? Impaciente anda, porque algo ha perdido entre las sombras de la casa. Busca, sin ninguna esperanza, el dedo en la rendija, con la no extraña sensación de que las telarañas que resurgen solo sean producto de su descuido. Debe creerselo de ese modo, digamos que debe explicárselo de ese modo mientras pueda para no romper el misterio roto ya. Roto ya. Rubén no le creyó ni una palabra cuando le mostró el dedo. Él sonreía mirando el dedo, mirándola a los ojos. Ella sintió ganas de llorar, se extienden, se multiplican de un día para otro. ¡Imbécil!, el paño en la mano. Ansiaba... ¡Piensas que estoy loca!, chilló. Padeces de aracnofobia, y no solo les temes. Lánguida ella, levantó el paño. Es normal, aceptó él, las odias, les tienes asco. Ella tiembla, él no le creyó ni una palabra; hay un nido de espigas, con miles de arañas, miles de telarañas cada día. La maldita reina intenta comunicarse con ella. Cada día repite, teje las palabras con mayor énfasis. Quiere que las deje tranquilas en el nido dorado. Está loca por meterse conmigo. Rubén se marchó sin despedirse. Vete, maricón. Compró creolina, salfuman, lo maté. Ahora duda si fue verdad que compró todo eso. ¿Lo soñó acaso? ¿Cómo sabe ahora mismo dónde lo guardó? Escudriñar, cada tramo, cada abertura. Tiene que matar a la reina. Si no puede con veneno, pues que sea de un chancletazo. Y en la pared revisar también, debajo de la mesita de noche, dentro del bombillo fundido de la lámpara, todo es posible, dentro de la gaveta de la mesita, debajo de la cama/colchón/sábanas/ almohadas/claro, le gusta esconderse en ciertos lugares/ lugares/son muchos lugares.

   Ahora está cansadísima, tirada sobre las frías losas. Mira el lienzo, desde abajo, en su dimensión, algo parece sobresalir, la verdad es que es algo muy extraño lo que le está sucediendo, que no entiende. ¿Adónde se habrá ido la magia? Puedo saltar y hacerme fotos con el mismo entusiasmo del principio, ahí adentro está mi mundo, yo misma lo descubrí y él me abrió el alma con vehemencia. Soñé con la esperanza mientras escapaba por medio de él/ a través de él. Dos metros de alto por tres metros de ancho. Poderoso. Penetré en su/ mi cuerpo. Ya es tarde. Tremendo reguero por toda la casa. Cochina, le hubiera dicho Rubén mirándola, tan práctico él, lo aprendió de ella, energía pura/ acción, claro, le hubiera dicho a punto de lamerle el cuello con un gusto sorprendente. Ella emocionada en ese instante en que las cosas fluyen bien. Cochina, te voy a matar de un chancletazo, anuncia, a quien pueda interesarle un chancletazo. Al silencio, a las paredes, a tanto reguero de arañas. Se desnuda a toda velocidad. Descorre la cortina y ahí la ve, camuflajeada entre grises peces de nailon. La ve, coño coño coño. Se inquieta. ¿Y mi chancleta? Hay una grieta en la pared, un orificio, y ¡zas! Mete una uña, pero el impulso momentáneo desaparece y se aparta sobresaltada. La idea de que pueda saltarle encima la hace estremecerse. Rubén entra a la sala, escucha carcajadas. Decide tumbarse en la cama. El problema de Martha es precisamente ese: negarse a sí misma la oportunidad de soñar. La vida no se sueña, se vive, le dijo ella un día. Con una sonrisa forzada. Como si estuviese castigándolo. Entonces le explicó que soñar no es malo, simplemente, la vida te cobra por la estupidez, la vida un día, en un instante te sorprende y te deja desarmado o desalmado. A ver, usted que sueña, muéstreme cuánto ha construido, porque es usted un buen soñador, empezará a decir la Vida, ahora con mayúscula, querrá saber, porque la vida es un obsequio. Soñar no te salva. El que se pone a soñar cae al vacío. Tengo amigos frustrados. ¿Qué vamos a construir en realidad tú y yo? Si tuvieras la oportunidad de hacer lo que sueñas... ella, llevándose una mano hacia el mentón, pero desistió, la colocó sobre la de él. Son cosas que no avanzan si no van juntas, concluyó y entonces lo besó. Por esos recuerdos no desea ir hasta la ducha y verla lidiando con miles de arañas imaginarias. Míralas, Rubén, imposible que no puedas verlas. Será eso, casi súplica, casi peligro. Verla con el agua ondulante, invadiéndola como si fuera un ejército de arañas. Verla cuando abre y cierra la boca, como si en verdad tragara. Tragar, qué rico. Cochina, sueña él que le susurra. Ella mira cómo la reina machacada desaparece por la rejilla de la bañera. Muchas patas/ cabeza/ ombligo/ ojos/ boca/ pelos/ todo se lo traga la tierra.

                      

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