CAROLINA BUSTOS BELTRÁN/ COLOMBIA/ NARRATIVA/LA CASA QUE SOY

 


1.-

Buenas noches, mi amor


Gabrielita nunca logró saber a qué dedicaba el tiempo su madre después de darle un besito de buenas noches y ponerla a soñar. Era muy pequeña para comprender cosas de adultos, aunque sus vidas truculentas le intrigaban. 

Por supuesto que no creía tener unos padres excepcionales, al igual que Martina, Chloé, Latiffa o Charlotte, sus amigas de escuela. Sus padres estaban divorciados y sin pareja, aparentemente su única compañía en las noches de invierno era la Tablet y su mayor entretenimiento, al igual que millones de personas en el mundo, era tener su iPhone encendido hasta para ir al baño.

Una noche en la que no conseguía soñar con nada interesante, se le ocurrió ir sigilosamente a la cocina para tomar un bocado de torta de chocolate que, por supuesto, estaba prohibida por su dietista. A sus siete cortos años de edad debía perder los kilos de más que había ganado a causa de una presunta obesidad nerviosa prematura. «Gabrielita, no busques la torta», le decía su conciencia. «Gabrielita, si sigues engordando no serás la próxima Miss Francia», le decían sus amigas. «Gabrielita, cómeme, estoy más buena que la Nutella», le decía la torta. «Gabrielita, cuando seas grande ningún chico te va a mirar si eres talla 42», le dijo algún día su tía. «Gabrielita está gorda por culpa de vosotros», decía siempre su abuela. «Gabrielita, cómeme, diles que te dejen en paz», dijo de nuevo la torta, y ella le creyó.

Haciendo caso omiso a las dudas siguió su camino, visualizando el momento en que abriría la nevera y llevaría el fruto del pecado a su boca. Por supuesto, su madre no debería despertarse por ningún motivo ni darse cuenta de que había osado infringir las normas: «No tienes derecho», esa es la consigna.

Iba caminando de puntillas cuando vio una luz muy tenue en el salón, así que decidió ver si algún aparato continuaba encendido o simplemente se estaba cargando. Una mujer de espaldas, casi desnuda, estaba frente a un ordenador. Tenía el cabello largo y rubio. Gabrielita, temerosa, contuvo la respiración. La mujer se puso de pie y comenzó a moverse con suavidad, siempre de frente a la pantalla. Era muy atractiva y delgada. Gabrielita pensó que era mejor volver atrás y desistir de la idea de la torta, dar media vuelta y llamar a su madre para decirle que había una desconocida en casa. Pero no fue así. Ver a aquella mujer era muy entretenido y excitante. La música que emitía en tono bajo el ordenador fue convirtiéndose en sonidos extraños que Gabrielita no supo interpretar. Al mismo tiempo la mujer fue modificando su aspecto e incorporando accesorios a su desnudez, una serie de artículos o juguetes que Gabrielita nunca antes había visto. Lo que más le sorprendió fue una especie de cinturón con puntas metálicas con el que empezó a golpearse las nalgas, aunque no se quejó ni una sola vez. Al final se sentó y permaneció con las piernas abiertas frente a la pantalla, susurrando palabras incomprensibles hasta que el sonido se agudizó y terminó en un gran suspiro. Luego permaneció quieta durante unos segundos. «Por fin», pensó Gabrielita sin comprender; «¿y ahora?». La mujer se acercó al ordenador, lo besó y le dijo con una voz muy tibia: «Buenas noches, mi amor». Gabrielita no entendió cómo podía amar un aparato.

La mujer se dio la vuelta, se colocó una bata de toalla color lila larga y vieja, apagó el ordenador, observó algunos segundos su móvil y se fue andando por el pasillo que comunicaba el salón con la alcoba principal. Mientras caminaba se quitó la peluca y la llevó colgando con plena libertad de su mano izquierda. La puerta del cuarto se cerró; la de la nevera, se abrió.

Saboreando plácidamente la torta Gabrielita olvidó todos sus remordimientos y sus dudas. «A que ahora sí tengo derecho», pensó. «Al parecer, no soy la única en esta casa que tiene secretos».



 Clichy, Primavera del 2013

Buenas noches, mi amor obtuvo una Mención en el I Concurso de Relato Corto El Dios de la tecnología del Club de escritura Fuentetaja en colaboración con Casa del Libro Madrid, 2013.


2.-

Paseando por Roma

Giacomo, bésame otra vez, dame un besito, dos besitos, mil besitos. Tanti baci, cuantos más puedas, mejor. Contemos hormigas en Roma. Leamos un soneto de Pasolini. Ese que dice que ella (yo, Giovanna) ha entrado en  ti y deberías aceptarlo y lo aceptas. 


Nos despedimos en la esquina de Roma Termini, prometiste llamarme a las doce del día siguiente. Justo a la hora en la que el sol es más picante y extingue las nubes con sus rayos de fuego. Me llamaste y hablamos de algunas cosas sin importancia, antes de colgar me dijiste, «hasta mañana». Nos encontramos, nos miramos de frente y empezamos a caminar por las callejuelas del centro. Los adoquines de la Via dei Coronari sienten nuestros pasos cuando sonreímos. Es un domingo perfecto de mayo, primaveral y apacible. El verdor de las enredaderas ingrávidas desfilando por los muros de los edificios terracota conjuntan con el color de los pétalos intensos de las violetas, las rosas y las margaritas plantadas en macetas que ornamentan en líneas verticales los andenes. Roma en domingo después de la misa papal, abstraída de los pitos de Vespa y de gente corriendo como hormigas de un lado a otro.


Tiramos una moneda en la Fuente de Trevi y pactamos la felicità en este pedacito de tiempo que nos pertenece. Nuestro presente sujeto a un capricho de atemporalidades declaradas, es sólo un pretexto para pasearnos por Roma.


Te veo de cerca Giacomo, tu camisa blanca, tus ojos de verso tibio y esa boca tierna declamando sonetos con métricas perfectas como un poeta romano de otra época. Esa en la que nos paseábamos por la Vía Appia y los dos éramos otros, quizá un emperador tirano, un gladiador exiliado o una doncella virgen expuesta en una vitrina de cristal para un festín de los dioses. Me llamas desde ese lugar que no existe, desde ese teléfono de monedas que es una reliquia del pasado. Contesto: me parece bien, te veo de nuevo mañana. El teléfono de mi casa es naranja, tiene un disco mágico que conoce de memoria tu número; un auricular que me conecta con la Vía Láctea donde sueño contigo. Y ese eco que se repite con armonía, «hasta mañana» como una conversación pendiente e inacabada que no dejaremos pasar, es un arrullo nocturno.


Paseamos por las calles populares y observamos pastas de colores pendulando en los marcos de las puertas de las tiendas de abarrotes, el olor de la pizza se impregna al medio día, el de la albaca machacada y macerada con nueces. Luego comemos helado de limone o arancia para refrescarnos. Hago mover los pliegues de mi vestido con estilo, sé que te gustan los hoyuelos de mis mejillas y que quieres rozar mis rodillas. Volvemos a Pier Paolo, me lees otro soneto, recreamos imágenes, pesadumbres, erotismo y a la Dolce Vita qué nos pegamos a la piel. Te digo que me encanta El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica, que quiero bailar twist como Rita Pavone y mambo con el movimiento sensual de las caderas de la Loren. Y así vamos, echando globos, paseándonos por el Coliseo, toco con la yema de mis dedos el pasado, trato de leer en latín las inscripciones del Forum Romano, las ruinas de occidente de la Roma magna, monumental, resistiendo la derrota del modernismo y burlando el final del siglo XX.


—John Ortiz, deje de acariciarle la cabeza a su compañera. Esta clase no es para dormir. Hágame el favor señorita Yiovana de estar atenta —me grita el profesor. Despierto de un sueño estéreo, observo con enojo mi falda. Es una horrible falda de cuadros de un uniforme de un colegio distrital del sur de mi ciudad.


Bogotá es una ciudad extraña, ¿cómo una ciudad tan infame puede contener a todas las ciudades del mundo en un recorrido de colectivo? Miro de frente la Avenida de las Américas, expandida hacia los cerros, llena de carros, buses, colectivos y olor a esxosto. Vuelvo a mirar de frente para buscar la Via Margutta, las escalinatas de la Piazza di Spagna, la gente elegante andando con garbo y gallardía, la gente de bien paseándose por alguna calle peatonal u observando las pinturas de los artistas. Busco la Via della Pilotta, un café con una mesita exterior para sentarme con Giacomo a pasar el tiempo. Esta ciudad es demasiado extraña, fea y gris. Veo un monumento horrendo con banderas sin el menor rastro de gusto estético. Veo una ciudad sin ningún esbozo de renacimiento, diseñada por borrachos y administrada por corruptos ladrones. Sigo mi camino, me despido de mis amigos, nos vemos mañana. Observo los asquerosos dientes de John que me sonríen antes de tomar su bus que va a Casablanca. Nuestro colegio es el peor reputado de la localidad ocho de mi extraña ciudad, un barrio con nombre de presidente gringo, Ciudad Kennedy. Al fondo, llegando a la calle 56 sur con carrera 80 está el mío, Class Roma, uno muy orondo con nombre sofisticado.


Paseando por Roma fue publicado en 27 Relatos para resistir el temblor GRACIAS TOTALES, Tributo narrativo a Soda Stereo. Ingeniero de Sonido Willy del Pozo. Ediciones Altazor, Lima 2017. 


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