POR: ÁNGEL GUINDA (ESPAÑA)/LA DOLOROSA PARTITURA DEL MIEDO/ CESC FORTUNY (ESPAÑA)/LA CASA QUE SOY
Órbitas de lo inefable /
Nos adentramos en un universo desorbitado que, prodigiosamente, cabe en la palabra universo. Universo de máxima concentración con sobrecogedor respeto hacia lo desconocido, transformado en sublime por el miedo y el dolor: dos de las coordenadas del ser humano en la opaca época actual.
Pero el dolor y el miedo nos conocen. Sólo el poeta que, sin dejar de estar en los confines de la realidad, se reencuentra con el otro lado -la profundidad del centro espiritual- puede reconocerse, abrazar el inabarcable vértigo de la visión.
Ese poeta es Cesc Fortuny i Fabré, domador del ruido con su música experimental de lo invisible, arquitecto de un pensamiento grave e intensos sentimientos que hacen sagrado lo natural y lo natural sagrado.
Aquí conviven simbióticamente las principales funciones de la poesía: expresiva, comunicativa, estética, gnóstica, catártica.
Funciones que se alían con los más convenientes, para sus fines, recursos del realce expresivo: imágenes y
metáforas asombrosas (“el quirófano del bosque”, “el pene es un bastón nocturno”, “el cuchillo de la oscuridad”), personificaciones inquietantes (“el útero de los versos”), audaces símiles (“gritos lentos como lagartos”, asombrosas sinestesias o confusiones sensitivas (“sordera de la luz”) y paradojas misteriosas (“por eso aquí es tan lejos”).
El primer verso de cada soliloquio es la llave que abre la casa habitable del poema, en el que es fértil vivir. Casa donde las sombras conviven con la luz otra del conocimiento.
Contra la fragmentación del yo, contra la destrucción de la identidad del individuo, nuestro poeta –más allá del ejercicio surrealista- fusiona lo concreto con lo abstracto, lo real con lo espectral, lo que viene, lo que huye, lo que es, está, parece, desaparece.
Y lo consigue mediante una operación ética radical, valiente, de sinceridad impúdica, de brutalismo lingüístico en léxico muy personal, de dramaturgia existencial con la ebriedad de la palabra –lúcida por tan alucinada- como protagonista, con la imaginación por escenario y la soledad como único público posible.
Repetición de cláusulas como estribillos epifánicos, desfiguraciones de la evidencia para escapar del hastío, reconstrucción del irredento yo más propio.
La Dolorosa Partitura del Miedo es un despiadado e inteligente alegato contra la destrucción de la conciencia, una de esas contadas joyas poéticas de nuestros días: incita a la lectura renovada y hace del leer una permanente aventura.
Ángel Guinda
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