ÚLTIMO VÉRTIGO
El tiempo es un rifle que dispara,
eres su títere.
La tierra te reclama como si fueras su propiedad,
presientes el diluvio.
Piensas que Dios no te ha ayudado,
que es indiferente.
Pero Dios también nació en tu barrio
y te enseñó a caminar por las calles
como él una vez hiciera en el Gólgota.
Piensas en todas las cosas que vas dejando
Los besos en la oscuridad.
El país que murió rezagado,
como una bandera pisada en la estampida.
Los gatos que noche a noche
se adueñaban del suburbio.
Las amantes que recostaron
su espalda en aquel poste.
¿Pero acaso el viento se despide
cuando todo se rompe en pedazos?
Eres como una cometa que se fue a bolina,
como un ejército en desbandada,
como un orgasmo.
Sin embargo, solo queda esperar
para entrar en la casa de nadie,
en el último vértigo,
como una flor cortada
en un lugar que ya no existe.
ISLA APÓCRIFA
Soy una isla apócrifa de infinitos límites.
Muros agrietados que aíslan,
expatrían, apenas dejan traspasar el ruido de las horas.
Un mal actor que se repite y se repite una y mil veces,
y no sabe morir, y no sabe vivir,
ni reinventarse en el errático carrusel de las cicatrices.
Siento miedo que la distancia sea un derrumbe,
un fraude, un colosal enigma
y deje de ser el camino más corto
entre la lluvia y el vértigo que provocan mis pasos en el tumulto.
Y se convierta en una ciudad llena de caminos trizados,
de zombis que no sueñan,
llena de musgosos albedríos,
de azotes publicitarios,
sin atajos de calles que terminan en los zapatos.
De entes imaginarios que caminan de espalda,
de caras plásticas que sucumben
entre los precipicios y los relámpagos
o en los espejismos de algún poeta
donde culminen las historias aún no contadas;
las que van quedando al borde de una acequia.
Y no quepan los instantes que levitan en las manos,
y ese tiempo guardado dentro de un reloj
que sobrevive a los péndulos
se convierta en un asedio,
una vuelta a las manecillas,
y no lleve a ninguna parte:
solo al interminable laberinto
de lo prohibido, en el olvidado asombro de estar vivo.
HUELLAS SILENCIADAS
He visto imperios de la palabra
precipitarse en sí mismos.
He visto la oquedad
en las despobladas esquinas,
los parajes sin rostros
mientras la lluvia desafía al silencio
y lo profana.
El mundanal ruido de los marginales
y sus botellas medio vacías,
el desgaste de las lápidas,
las estatuas cabizbajas
que no saben de destinos
y solo esperan por alguien
que las libere del frío.
Huellas silenciadas
en el húmedo abandono de los huesos
donde la distancia
entre dos corazones
es el camino más promisorio.
Luces vertidas sobre la última huella
que se desvanece en un astral
embate cuando solo resta vadear los eriales
en la profundidad del invierno.
***
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